…Y llegó a la cantina
el poeta de lirismos extraños
aquel que en sus poemas
cantaba los fuertes entusiasmos,
pero ay! aquella noche
le morsían fatales desengaños.
Sentóse en un rincón;
mirábanle asombrados los borrachos
y entonces, como nuevo Edgardo Poe,
bebió un ajenjo amargo…
y sintió aquel sopor
que sienten los que están anestesiados
y entonces tuvo una visíon tremenda,
la visión de algo fantástico
– el génesis de todas las locuras –
de un algo apocalíptico y macabro,
e irguióse y agitando su melena,
de pie entonó este canto:
“¿No sentís las trompetas, las que anuncian los triunfes;
no sentís los clarines, los que entonan un salmo;
no sentís los clamores, los que anuncian la Aurora
de los furores santos?
Salid de vuestros lechos
los pálidos ancianos
y batid vuestras canas,
vuestros caballos blancos.
Cesad, Urbes modernas,
las que entonáis el Himno del Trabajo.
Salid fuertes obreros
y ved el espectáculo.
¡Mujer! deja el harem, el harem de los Dioses
donde arde el fuego fatuo;
¡Mujer! coge tus hijos y ofréndalos cual madre
al nuevo tabernáculo.
Humanidad doliente, abre tus ojos
y mira el sol genésico que fulgura en lo alto
y mira la visión, visión apocalíptica,
de tu horrendo pasado.
¿No oyes las clarinadas y el choque del acero,
no oyes el son metálico?
Son las huestes del hambre, la gleba y los ilotas,
la plebe y los esclavos
que arrancan de los pechos de verdugos
los corazones negros y manchados.
¿No ves el pendón rojo,
el victorioso lábaro?
¿No ves las oriflamas del incendio
de los rebeldes magnos?
¿No sientes el clamor dinamitero,
no sientes que de abajo
sube un canto gigante y ciclopeo?
¿No sientes ese canto?
Levántate, mujer; obrero, empuña
como un arma el férreo arado,
levántate valiente
y corre al rojo campo
y venga con tu sangre germinante
los mártires grandiosos del trabajo.
Obrero: ve y derroca
los ídolos de barro,
las viejas leyes que son vil cadena,
rompe los viejos trapos.
No sigáis en la fragua donde el humo
te tiene sofocado,
no sigas en tus noches de vigilias
desgarrando tus flagelados brazos,
no dejes que tu espalda sudorosa
sea carne de látigo,
no ruegues por el pan para tus hijos,
no sigas siendo esclavo,
no sigas suplicando, sé rebelde
y ten el gesto heroico del que es bravo,
derroca a los que explotan,
derroca a los tiranos,
no sigas resistiendo tanto oprobio,
ni tanto escupitajo,
no permitas que violen a tus hijas;
tú eres la Vida, el almo,
de aquella sociedad que te desprecia;
no sigas siedo perro de tu amo,
te engañan y te explotan los señores,
te roban tu trabajo,
tú eres el gran artista, tú eres todo:
¡te premian con la infamia del sarcasmo!
Y si un dia protestas, todo humilde,
y pides tan sólo algo,
te llevan a la cárcel o patíbulo
que tú mismo elevaste con tus manos.
El día que tus fuerzas ya se agoten
se agotará también tu pan escaso
y entonces en tu hogar habrá miserias,
más miserias que antes, vil esclavo;
tu mujer será carne de hospítales,
tus hijas serán carne de mercado
y tus hijos varones quizás sean
carnada de futuros presidiarios.
Empuña obrero el arma, es hora que tu rabia
se convierta en la tea y en el rayo,
es hora en que la llaga putrefacta
sea puesta en tus manos.
¡Salid de vuestros lechos
los pálidos ancianos
y batid vuestras canas,
vuestros cabellos blancos.
Cesad, Urbes Modernas,
las que entonáis el Himno del Trabajo.
Mujer deja el harem, el Harem de los Dioses
donde arde el fuego fatuo;
Mujer!, coge tus hijos y ofréndalos cual madre
al nuevo tabernáculo.
Vosotras las mujeres
levantad vuestras frentes, cabellos desatados
dejad ondear al aire
y tañed vuestras arpas, entonad regio canto,
dad paso a los atletas y sembradles la senda
con triunfales lauros,
enjugad vuestras lágrimas y vestidas de fiesta
entonad regio salmo;
que redoblen los parches, que vibren los clarines
que va a pasar la hueste de bravos libertarios.
¡Cantad, cantad, cantad!
que ya de las auroras va a relumbrar el plaustro.
Es hora de gigantes rebeliones,
es hora de marchar sin leyes ni amos,
es hora de que caigan con estruendo
los ídolos de barro,
es preciso que triunfen las ideas,
es preciso que no haya más esclavos,
es preciso que el Sol de las Auroras
ilumine las frentes de todos los Anarkos!…
Cesó el himno sonoro
y entonces un borracho
blasfemó y dijo: loco!
y todos los borrachos exclamaron:
“que muera el loco sí! que muera el loco”
y entonces aquel bardo
sintió mordido el pecho
por otro desengaño…
¡Que siempre se contesta a los profetas
con burla y con sarcasmo!
-1913-